Pocos géneros cinematográficos tan indefinibles y al tiempo tan identificables para críticos y espectadores como el film noir. Nacido como concepto del choque entre la cinefagia de la intelligentsia francesa de posguerra y la expresividad formal del cine de temática criminal del Hollywood de los cuarenta; de la mezcla desequilibrada entre la herencia hard boiled de Hammett, Chandler y James M. Cain y la estética expresiva y expresionista de los cineastas estadounidenses de origen europeo, su universo visual, ético y formal se ha grabado indeleblemente en el imaginario colectivo, conformando una serie de modos cinematográficos, una de cuyas principales características es su capacidad infinita para mutar. Para adaptarse y adoptar otros patrones culturales a su esencia y viceversa, transformándose, al tiempo que conservando siempre su carácter propio y reconocible. No se trata solo de la resiliencia de sus estilemas formales tanto como de sus arquetipos y estructuras narrativas, sino de cómo estos se contagian y adquieren la coloración particular de otras épocas, géneros y latitudes.
El polar francés, el poliziesco italiano, el krimi germano, el neonoir del Nuevo Hollywood… Pero de entre todas sus mutaciones, ninguna tan fascinante como la que ha llevado una mitología, unos personajes y unos moldes, tanto narratológicos como expresivos, desde el Hollywood clásico hasta extremo oriente, dando lugar a las variantes más potentes e influyentes del noir moderno y contemporáneo. Sorprendentemente contagiosas y capaces de influir en las cinematografías occidentales, en un complejo juego de referencias mutuas, mutuamente enriquecedor. Del clasicismo de Kurosawa en El infierno del odio (Tengoku to jigoku, 1963), inspirado en el novelista americano Ed McBain, a la romántica sofisticación afrancesada de El lago del ganso salvaje (Nanfang chezhan de juhui, 2019) de Diao Yinan, pasando por el surrealismo del yakuza eiga pop en Branded to Kill (Koroshi no rakuin, 1967) de Sijun Suzuki o el violento virtuosismo formal de Con los días contados (Running Out of Time, 1999) de Jonnie To, hasta el realismo descarnado de Memories of Murder (Salinui chueok, 2003) de Bong Joon Ho, de Japón a Corea del Sur pasando por China y Hong Kong, el noir asiático es el ejemplo más asombroso de hasta dónde han llegado las luces y sombras del viejo film noir y cómo cines tan distintos y distantes han encontrado en su lenguaje un lenguaje propio que, al tiempo, ha cambiado a su vez profundamente el cine occidental. Qué se lo digan a Schrader, Scorsese o Tarantino.
Con la colaboración de